Lo siento, sabes que no puedo, y menos ahora con lo del
recorte de plantilla. Cuando llegue a casa hablamos. Si quieres podemos ir a cenar.
Llama a Cristina y dile que se quede esta noche con la niña, sólo serán tres
horas. Tampoco podemos alargarnos demasiado, mañana hay que madrugar. Te
prometo que el fin de semana será para nosotros, te lo prometo.
Promesas. ¿Acaso, hijo de puta, te supliqué alguna? Me
hubiera bastado con oírte llegar cada noche. Con que te hubieras acercado a mí,
me hubieras abrazado con fuerza y me hubieras susurrado la frase más estúpida
del mundo. Sólo eso. Te ofrecí una
brújula y la arrojaste al mar. Empecé a
desear que no regresaras ni tan siquiera para dormir. Comencé a odiar tus bromas, tus
chascarrillos, las referencias a tus compañeros, a Joan, sobre todo a Joan.
Nuestro ático se desquebrajaba y tú sólo podías articular
promesas.