jueves, 6 de septiembre de 2012

Promesas


Lo siento, sabes que no puedo, y menos ahora con lo del recorte de plantilla. Cuando llegue a casa hablamos. Si quieres podemos ir a cenar. Llama a Cristina y dile que se quede esta noche con la niña, sólo serán tres horas. Tampoco podemos alargarnos demasiado, mañana hay que madrugar. Te prometo que el fin de semana será para nosotros, te lo prometo.
Promesas. ¿Acaso, hijo de puta, te supliqué alguna? Me hubiera bastado con oírte llegar cada noche. Con que te hubieras acercado a mí, me hubieras abrazado con fuerza y me hubieras susurrado la frase más estúpida del mundo.  Sólo eso. Te ofrecí una brújula y la arrojaste al mar.  Empecé a desear que no regresaras ni tan siquiera para dormir.  Comencé a odiar tus bromas, tus chascarrillos, las referencias a tus compañeros, a Joan, sobre todo a Joan.

Nuestro ático se desquebrajaba y tú sólo podías articular promesas.



Cansancio


No puedo más, empieza a desbordarme todo esto. No sé cómo voy a explicar mañana lo de las últimas facturas. ¿Acaso no entienden que es imposible en una semana? Son doce, doce horas, sin descanso, ni siquiera para el almuerzo.  Me pregunto qué hemos hecho mal. Seguimos los pasos, los seguimos. Tan sencillo como trazar un punto ante ti, posarte sobre él, lanzar otro más adelante  y avanzar. ¿No era eso? ¿Dónde?, ¿Dónde entonces desviamos la trayectoria? Sabes que te quiero, lo sabes. Pero cada vez es más duro arrancarse las sábanas, desdoblar la ropa, abrir la puerta desde dentro y salir. Entiéndelo, no es tan difícil. También es duro para mí.  La casa. No quiero hablar.  Estoy cansado.  Palabras textuales