En el subsuelo existía aún la confianza de volver a los días
felices, recuperar los desayunos, la compra de los sábados, el colegio de la niña, las facturas por
pagar, las rosas en los días señalados, la sonrisa de aquellas fotografías de
familia. Pero el último clavo dejó en mis manos cicatrices que nunca, ahora lo
sé, nunca dejarán de supurar. Yo, que
tanto me erguí con dignidad y helénica, pinté mis labios con fuego y le ofrecí,
desesperada y confusa, a una golfa en saldo.
Promesas
Hace 12 años
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